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Editorial

:: Un sábado honesto ::

By mayo 22, 2021No Comments

“Un sábado honesto” es un texto creado el año pasado por una de nuestras colaboradoras Mercedes Cosco. Hay muchos días de este año que los vivimos como “un sábado honesto” y nos quedan por pasar muchos más. “Pasar”, “deambular”, el flâneur, ese “flâneur que se acuñó en el contexto de la incipiente sociedad moderna a la que dio lugar la industrialización en el París del siglo XIX.  Hay un poeta, Charles Baudelaire, que lo menciona primera vez en su libro Las flores del mal (Fleurs du mal, 1857) y con él describe a un personaje (acá sería “una personaja”), que camina sin rumbo por las ciudades sin ningún objetivo salvo el propio hecho de caminar.

Sin embargo, pensar en ella como un sencillo paseante es simplificar este concepto y claro lo que nos faltó en el 2020 fue salir y pasear (aunque paseamos por nuestras propias indeterminaciones, miedos, insomnios, incertidumbres). Una actividad vital, una manera diferente de relacionarse con la realidad y con el mundo. En esta pandemia no exploramos las calles, ni tampoco cada rincón de la ciudad. Ahora la ciudad se nos redujo a una casa y vagabundeamos por sus laberintos. No hay interacción, solo contemplación. De sentimientos fantasmagóricos,  lo impredecible y lo indeterminado va este texto de Mercedes. 

 

Cuando estoy mal hago lo mismo que cuando estoy bien pero sintiéndome como la mierda. Estar en la cama un sábado por la mañana tomando café y escribiendo esto, hoy no me significa placer, aunque haya sol, aunque me haya permitido por hoy dejar que el trabajo se apile, aunque el invierno esté aún tardando en llegar,  aunque mi cama esté tibia todavía, aunque me jacte de ser, ahora, una persona que disfruta de lo simple. Últimamente, hablo todo el tiempo de la honestidad. De la honestidad como valor pero también como motor creativo, como metodología, como forma de ser y como forma de crear. Así que me pareció pertinente y honesto, ser honesta.

Al momento de empezar a escribir es mediodía, es 30 de mayo, tengo el pelo sucio, me dormí con la camiseta negra de ayer – aunque me puse el pantalón del pijama – , y escucho a mi familia preguntando por mi. En estos momentos, es cuando extraño habitar mi propio espacio, donde me puedo entregar de forma completa a cualquier estado que esté transitando y al pseudo masoquismo de escuchar la misma playlist que me hace llorar, una y otra vez, si así lo siento. En cambio, siento culpa – una herencia que no le perdonaré jamás a la tradición judeocristiana occidental -, culpa por no poder estar siendo artísticamente productiva los días que tengo especialmente guardados para eso, culpa por no estar abajo pensando en el almuerzo, o culpa, ¿por qué no?, por no valorar el privilegio de que sea sábado y yo pueda estar en la cama tapada con mi frazada gris.

La verdad es que, también, escribo dos oraciones y me distraigo con cualquier cosa – un portal de noticias, un video de cosmética, mi estado de cuenta – y lo único que puedo pensar es que, al final, soy una hipócrita. Me paso horas y horas hablando de cómo estar más conectada conmigo misma, de cómo diferenciar un bloqueo de una distracción, de cómo canalizar el dolor de forma menos violenta, de cómo estimular nuestras búsquedas a través de gestos simples y mundanos, y de cómo, sobre todo, hay que saber escuchar cuando el cuerpo te pide que no te exijas. Lo digo, lo reafirmo, encuentro verdadera conexión en ayudar a otros a respetar sus procesos creativos. Pero cuando se trata de mi, la teoría cae y me transformo en látigo, porque no me permito abandonarme, porque me quedo pensando en si estaré molestando a alguien con mi manera de habitarme, en que no quiero arruinarle el fin de semana a una amiga con mi tristeza recurrente, en si no está mal sentirme así cuando afuera pasan cosas serias. Yo, la que reivindica el valor de lo personal, me trato a mi como un ser repugnante solo por estar triste por amor.

Otra verdad es que el celular es mi peor enemigo, después de mi propia cabeza. Me siento obligada a responder a quienquiera que intente conectarse conmigo, da igual la hora, da igual el momento, da igual lo que esté haciendo en ese preciso instante. Me exijo estar en todos lados al mismo tiempo, siempre digo sí a todo, me desdibujo inevitablemente en la falta de límites. Esto no me ayuda a escribir.

No sé bien porqué estoy contando todo esto. Empezó siendo un texto en donde yo escribía acerca del mismo hecho de escribir y en donde me ponía a prueba como fiel defensora de lo honesto. Por eso sentí que podía contar que tenía muchas cosas en la cabeza pero que el amor me estaba ocupando espacio mental y que eso me hacía sentir tonta. Algo así. Ahora, al momento en que leo todo esto, y busco encontrarle un sentido más o menos coherente, ya es 15 de julio. La verdad es que no cesará de sorprenderme nunca el tiempo y la percepción del tiempo. Un mes y medio pasó desde que intenté escribir las ideas sobre las que vengo rumiando desde hace un tiempo ya. Y recién ahora puedo entender qué era lo que quería decir.

Estamos atravesados por un millón de discursos simultáneos y a veces puede ser agotador y confuso y doloroso. Solo se me ocurre decir(me): está bien no saber. Está bien ir descubriéndolo. Está bien creer en la deconstrucción de un montón de valores dañinos y todavía encontrarte aferrada a cosas que te gustaría haber soltado. Está bien dudar, equivocarte, seguir. Está bien a veces estar triste porque el mundo es un lugar raro y también está bien querer sacudir todo aquello injusto. Está bien pelear porque las cosas cambien. Está bien a veces darte un golpe de realidad y está bien reconocer cuando necesitás refugio. Está bien ser consciente de tus privilegios. Y… está bien llorar por amor. 

Lo que al final quiero decir en este texto que construí, sin querer, como una especie de portal en el tiempo es que la honestidad es también aceptar todas las cosas que viven en vos y salir un poco del modelo de relato único. Somos muchas cosas al mismo tiempo y eso está bien. Somos personas en construcción. Constante. ¿Es esto muy confuso o alguien entiende lo que quiero decir?  

Mercedes Cosco

Mercedes Cosco

(Montevideo, 1995) Licenciada en Comunicación Audiovisual. Fotógrafa y narradora. Actualmente vive en Montevideo, donde combina su trabajo como fotógrafa y realizadora, con la creación de proyectos personales.

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