Por Lucía Rubbo
Este manifiesto, tiene el propósito de honrar la memoria de quienes no pudieron ganarle a este virus violento, con amor y respeto para sus familias y amistades.
22 de abril de 2021, Montevideo, Uruguay.
Escribo estas líneas desde el confinamiento, ayer se cumplieron 30 días desde que comencé con los síntomas de Covid. Quiero compartir mi experiencia. Me siento con la responsabilidad personal y política de hacerlo, ante el estado de emergencia nacional que estamos atravesando los uruguayos.
Mi nombre es Lucía Rubbo, tengo 33 años, los cumplí el 14 de marzo, no tengo menores a cargo, convivo con mi amiga Magui, a la que considero una hermana de la vida porque nuestra amistad data desde que tenemos dos años. No soy lo que se considera población de riesgo, llevo una vida sana, peso normal, actividad física regular, buena alimentación, sin antecedentes de problemas respiratorios hasta la llegada del Covid. El único detalle que puede haber influído es que fui fumadora social.
Me considero una persona prudente, y previo a tener el virus, sin ser extremista, me cuidaba para no contagiarme ni contagiar; por dentro consideraba que siendo joven, si el virus me tocaba iba a transitarlo como la mayoría de las personas de mi edad, sabiendo que son días feos pero llevables.
¿Cómo y dónde me contagié? Al principio fue un misterio, pero siguiendo un orden lógico pude rastrear algunas pistas y llegar a algunas conclusiones.
Pertenezco al ámbito cultural de los espectáculos públicos, soy iluminadora independiente, pero además trabajo como técnica del área de iluminación en el Auditorio Nacional de Sodre desde hace siete años. El jueves 18 de marzo, el BNS reestrenó “Un Tranvía llamado Deseo”, mi rol ese día fue asistir al iluminador del ballet en la cabina del teatro. Si bien ambos estábamos de tapabocas, porque el protocolo en el ámbito laboral es estricto al respecto y nosotros lo respetamos, hay un detalle muy importante, la cabina de audio y luces es un espacio pequeño, cerrado y con poca ventilación.
Mientras esperamos que comience la función, mi compañero de trabajo me comenta que en la escuela pública a la cual concurre su hijo estaban comenzando a haber casos positivos, pero como comentario al pasar, y creo que acá puede estar la respuesta a la pregunta. Nuestra situación, deja en evidencia la urgencia de revisar los protocolos vigentes para que la cultura pueda volver, porque necesitamos volver, al igual que todos los sectores que la pandemia está afectando.
El lunes 22 de marzo, ambos comenzamos el curso de los síntomas, me enteré, porque nos escribimos para contarnos, él lo pasó con dificultad, lo atacó una migraña insoportable además de la fiebre, pero logró recuperarse bien, aunque continúa con fatiga, las secuelas perduran en el tiempo. En mi caso, en cambio, el proceso fue diferente, comencé sintiendo chuchos de frío, temblores y fiebre, y automáticamente perdí el olfato, me di cuenta que era intensa esta “gripe” incipiente, nunca pensé que me iba a pasar lo que me pasó. Con el correr de los días, aparecían nuevos síntomas que se iban acumulando, los tuve todos, no me faltó experimentar ni uno, hasta caspa me salió. Sentí que una bomba química violentó mi cuerpo. Con cada nuevo síntoma aumentaba mi deterioro físico. Hasta el 30 de marzo, el día 9 de la enfermedad, que me levanté a la mañana para ir al baño, y a la vuelta me tuve que agarrar de las paredes porque no podía conmigo misma, llegué como pude a la cama, donde terminé vomitando, cada vez me quedaba menos energía. Al mediodía, mi hermana Sole vino a traerme comida, todavía me pregunto cómo hice para caminar de mi cuarto al balcón para tirar la llave, ni bien entró a casa le pedí que llamara al médico porque no aguantaba más y no podía respirar. Cuando llegó la emergencia, yo casi no reaccionaba, así que me trasladaron en silla de ruedas al hospital.
Al llegar, sólo quería estar acostada, tuvimos que esperar, había cola de ambulancias esperando ingresar, tuve suerte, sólo demoramos una hora, pero al menos ya me estaban dando oxígeno.
Había llegado al punto más crítico. A la infección pulmonar generada por el virus se me sumó la carga bacteriana, la placa arrojó como resultado una neumonía en el pulmón izquierdo. Comenzó el tratamiento médico específico para atacar el problema. Me administran por vía sanguínea: Dipirona para bajar la fiebre, Dexametasona para reducir la inflamación pulmonar virósica, dos tipos de antibióticos, Azitromicina, que arde un montón al pasar, y otro que no recuerdo el nombre, pero sí la sensación de cosquilleo en la nariz apenas me lo terminaban de administrar. Además, me daban en la panza, una vez al día, unas inyecciones anticoagulantes, y varias veces al día, gotas de Nidiona para aliviar el fuerte dolor provocado por la tos seca, y disparos de Salbutamol. Más allá de los datos técnicos, se trata de la primera vez que vivo en carne propia una experiencia tan extrema de salud. Fue desesperante sentir tanto dolor, sentir que mi cuerpo estaba batallando con todos los recursos para sobrevivir, que la fuerza no me alcanzaba ni siquiera para agarrar el tenedor. Nunca me había pasado que me tuvieran que bañar en la cama, pero como no tenía fuerzas para moverme, no tuve opción, las enfermeras, a pesar de lo difícil de la situación, con cariño y sentido del humor lograron aliviar el drama, todavía estoy asombrada por la práctica y la técnica, pero también de la capacidad alquimista de estas mujeres admirables, para transformar el momento.
No profeso ningún tipo de religión, pero, el domingo de pascuas, 4 de abril, día 14 de la enfermedad desde el inicio de los síntomas, comienzo a sentirme mejor, a recuperar la vitalidad, mi cama es la que está del lado de la ventana, me tocó esa suerte, ver un retazo de cielo, en ese contexto, te hace la diferencia.
A las 8.30, luego de desayunar, una enfermera me ayudó a bañarme, esta vez logré enjabonarme yo misma con la esponja el cuerpo, veo mis progresos físicos y me siento orgullosa A la vuelta me instalé en el sillón, sentada respiro mejor, estuve ahí hasta que terminé de merendar, un premio para mí por la perseverancia.
Me llegó un mensaje de Pablo, un amigo muy querido que cursó la enfermedad y que tuvo que estar en CTI durante cinco días. Me había angustiado tanto no haber podido ayudarlo, pensé mucho en sus hijos y en su esposa… Fue muy conmovedor enviarnos ánimo a través de un celular, meditar a la distancia juntos, estando internados al unísono.
Luego del almuerzo, era la hora de la visita médica, la doctora que nos fue a monitorear, se nos acercó con carisma y nos dijo: “me hubiese gustado traerles huevo de pascua, pero no me dejaron”, así rompió el hielo. Cuando me tocó el turno de la auscultación, se acercó, me agarró la mano, me miró a los ojos y me dijo, “ya pasó lo peor, además sos mujer, las mujeres nos contagiamos más, pero resistimos mejor la enfermedad.” No pude resistir la emoción, sus palabras, su humanidad, su gesto me caló hondo, y no pude contener el brote del llanto, ese llanto emergido desde lo más profundo de mi ser. Me dijo con mucha humanidad, que, si bien seguía el silbido en el pulmón izquierdo, el tratamiento médico estaba haciendo su buena obra, que me había salvado el estado físico, es decir, tener un peso normal y no haber tenido problemas respiratorios previo al haber contraído el virus. Fue muy fuerte escuchar eso, efectivamente entendí que había corrido riesgo de vida, pero sus palabras me aliviaron.
El lunes 5 de abril, día 15 desde que se manifestó la enfermedad, la mejora en relación al día anterior fue drástica, siento que recuperé una gran porción de vitalidad, puedo abrir los ojos otra vez. Era el cumple de mi primo Fede un hombre excepcional al que decidí contarle la noticia de la mejoría: fue con mensaje de voz y foto incluída. Y me sentí con ganas de comunicárselo a todo el mundo así que escribí un mensaje con la misma foto que le mandé a mi primo y lo regué por los teléfonos de mis afectos, las personas que me estuvieron sosteniendo, mandándome energía, aliento, porque ellos estuvieron ahí para mí, y eso vale mucho.
El martes 6 de abril, día 16 del transcurso de la enfermedad, llegó la hora feliz de volver a casa, los cuidados y el aislamiento continúan siendo necesarios. Aún necesito oxígeno auxiliar, ya no uso la máscara, respiro con ayuda de catéter nasal. Mis pulmones deben recuperar centímetros cúbicos de capacidad pulmonar, el cuerpo duele, los brazos y las piernas se acalambran, aunque el progreso no es lineal, el avance es lento y firme .
Los criterios médicos, sobre el período de aislamiento a cumplir necesario, para dejar de ser un factor de riesgo de contagio, son confusos. Todos me dijeron cosas diferentes. Algunos piensan que con 21 días total para la carga viral que tuve es suficiente, otros que es mejor esperar 28 días, y otros, que es mejor 30 días. Finalmente, con mi familia decidimos optar por el período que nos brinda más confianza, el de los 30 días, que termina el 21 de abril.
Retomando el asunto logística, mi hermana Sole y mi amiga Magui son las capitanas de un Ejército de Soldadas/os del Amor (ESA) que viene a casa a cuidarme. Ellas generaron un protocolo sanitario seguro para quienes pasan por aquí a traerme la comida y tener una charla de ventana a ventana para resistir mejor el aislamiento. Además, armaron una grilla de horarios semanales con las personas que se encargan de cubrir cada uno de los horarios de las comidas, un engranaje que funciona a la perfección, la versión uruguaya del reloj suizo. Es emocionante sentirse así de querida, cuidada; esto borra todo tipo de amargura, es la fuente de donde obtengo la fortaleza. Pero no puedo dejar de pensar en lo siguiente: miro la grilla y el protocolo, y veo que está hecha por mujeres, saco cuentas, y la mayoría de los seres de luz que vienen a cuidarme y alimentarme, son mujeres; reparo en los cuidados que obtuve en el hospital y la mayoría de las enfermeras que tuvieron que más contacto conmigo, quienes limpiaron con esmero la sala, y quienes me sirvieron la comida, todas eran mujeres. Entonces me pregunto, ¿no será que las mujeres nos contagiamos más porque somos quienes más nos exponemos?
Es muy importante la planificación, para que las comidas estén resueltas sin que nadie se sobrecargue de responsabilidades. A la distancia, desde Maldonado, mi prima Merce es la enfermera que armó la agenda de medicamentos y me llama para recordarme qué tengo que tomar, y a qué hora; es un lujo, un lujo necesario, porque la recuperación es dura, el cuerpo y la mente requieren descanso, concentración, cuantas menos cosas abarque uno en este proceso de sanación mejor. Esto me lleva a subrayar la importancia de generar vínculos amorosos y sanos, reconocernos vulnerables, incapaces de poder con todo y dejarnos ayudar por quienes tienen deseo de ayudar, abrir las puertas de la empatía y la generosidad.
El amor cura. En mi cuarto hay una ventana que mira a un pozo de aire, por lo general estos espacios son poco agraciados, no se les da importancia y estéticamente están abandonados. Mi ventana se enfrenta y comunica con la del cuarto de mi amiga. En este contexto, de aislamiento, nunca un pozo de aire hizo tanta magia para alguien y se convirtió en un símbolo de amor y cercanía tan importante.
Quienes vienen a traerme las comidas, se sientan del otro lado, dando lugar a las charlas más profundas y amenas; un espacio de catarsis y resignificación, una terapia coloquial. Con el paso de los días ese espacio que antes era árido, se fue decorando con luz y alguna manualidad. Me siento una artista contemporánea, una performer en constante proceso de creación, el pozo de aire se volvió una instalación artística en sí misma, que cobra vida en cada visita. Con cada soldado que llega, se inicia un ritual, ellos me alimentan, me traen amor y compañía, así se disipa el sentimiento de aislamiento y el tiempo pasa desapercibido; yo les retribuyo con amor y conversaciones de toda índole.
No puedo dejar de pensar en la importancia de tener acceso a un sistema digno de salud, a la seguridad social, a una vivienda y cama en condiciones adecuadas para que pueda progresar en mi recuperación como lo estoy haciendo. Acceder a una buena alimentación, a los medicamentos, al afecto y la contención emocional. El covid es una enfermedad solitaria y es dura de atravesar te toque o no llegar al hospital. Pienso que esto no debería sentirlo como un privilegio, debería ser lo que el Estado garantice a toda la población. Pero sobre todo a los sectores más vulnerados, a los privados de libertad, a las disidencias de nuestra sociedad, la comunidad LGBTQI+, las minorías marginadas que viven en la brecha, que transitan esta y otras enfermedades, que padecen la crisis económica y sanitaria, sin tener las condiciones adecuadas para sanar en paz y como corresponde.
Esta es la forma que encontré de alzar mi voz, de aportar un pequeño granito de arena en este complejo entramado social que nos encuentra y nos interpela, de sumar un relato más al contexto presente. A nosotros como sociedad nos corresponde el cuidado propio y el del otro, nos toca contagiar las buenas prácticas y tender las redes de solidaridad y apoyo.
Me siento renacida y agradecida. Soy un antes y después del covid.
Gracias a las enfermeras, a los intensivistas por la paciencia, el cuidado, el cariño. Y gracias por tanto amor a mi familia y amigos; la contención y el afecto son claves para atravesar una enfermedad que se transita en aislamiento. Así que gracias por el AMOR en múltiples formatos: mensajes, fotos intervenidas, rituales, rezos, música, videos para hacerme reír.
Compartir mi experiencia me sana, siento que al hacerlo me exorcizo, y saco el bicho de dentro. Lo vivo como un aporte más a la construcción del relato, de esta realidad inminente que nos interpela, nos desconcierta.